Quizás para los funcionarios del Ministerio de Seguridad es una estadística más, una cifra, un dato frío en un cuadro, y aunque oficialmente nos muestren sus rostros compungidos en una irónica muestra de solidaridad, la verdad es que nadie sentirá la muerte de Georgino Orellana como aquellos que lo conocimos, a quienes nos dio clases, nos estrechó la mano mientras hacía una de sus bromas y sonreía despreocupado con su humor fino. Ni qué decir del sentimiento de desamparo y dolor que debe afectar ahora a su familia, a su esposa Silvia o a sus hijos.
Un cobarde con una pistola en la mano se agazapó en las afueras de los estudios de la empresa Televisión de Honduras, en las cercanías del Estadio Francisco Morazán, y cuando Georgino salía a las 9:10 de la noche de este fatídico martes 20 de abril, se zafó de su escondite como alimaña nocturna y le disparó a la cabeza.
Una patrulla que pasaba por el sitio lo llevó al Hospital Mario Rivas, donde lo tendieron en el piso para ser auscultado allí mismo por el médico de turno, quien le tomó la cabeza y la movió de un lado a otro, le levantó la mano y le observó los ojos inertes. Segundos después lo declaró muerto y lo cubrió con una manta verde.
Sentí frustración, coraje, ganas de llorar cuando lo vi en la televisión, tirado en el piso, sin vida. Aquel hombre que me dio la clase de Cine en el Centro Universitario Regional del Norte y que tenía una esposa e hijos era ahora un cuerpo inmóvil por culpa de un delincuente que debió ser detenido antes de que accionara su pistola.
Según el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos existen más de 650 mil armas ilegales en Honduras. ¿Qué esperan las autoridades para desarmar a este país?
Ellos saben ahora mismo que en Islas de la Bahía se están matando por drogas, saben que en La Mosquitia cruzan toneladas de cocaína y que la gente ya no trabaja porque vive de las miserias que sueltan los narcos.
Pero ¿cuáles son las obras ejecutadas por el flamante ministro de Seguridad Oscar Álvarez? Lo primero fue impedir que el Ministerio Público tuviera su propia policía de investigación, pese a saber claramente que la existente bajo el Ministerio de Seguridad no sirve.
¿Porqué lo hizo? Sólo él lo sabe, pero me imagino que no fue difícil convencer a sus amigos políticos de que si traspasaba el poder de investigación al Ministerio Público se acababa la gallina de los huevos de oro y con ello se podía poner fin al millonario financiamiento de sus campañas por “X” o “Y” partido.
Además, de ser así, el flamante ministro sólo hubiese quedado para seguir raterillos y carteristas de segunda clase, lo que no le conviene a su inminente lanzamiento por la Presidencia de Honduras.
Pero es hora de que pidamos a las autoridades desenmascaren ya a tanto policía corrupto, que dejen de proteger a los “narcopolíticos” y que empiecen a poner orden en este país que ya se les fue de las manos.
Van seis periodistas y un locutor asesinados. ¿Cuántos más deben caer para que hagan algo?
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